[pág. 2 →] Qué inmenso, qué universal prestigio rodeó en su tiempo a las dos hermanas Sigea, Luisa y Angela. De ellas guarda la Biblioteca del Hospital de Santa Cruz de Mendoza, de Toledo, sendos retratos, con esta precisa —y preciosa— indicación al pie: «Toletana». Mas ello es pintar como querer, pues los óleos, que aspiran a tener sentido iconográfico, pertenecen a buen seguro al siglo XVIII y por tanto elaborados muchísimo tiempo después de la muerte de ambas.
¡Qué universal prestigio! Constituyen realce vivo, latente, de lo docto, de todo aquello que se calificó muy exactamente con la palabra humanismo. Se trata de dos preclaras
humanistas, de dos féminas «didácticas», como lo fueron también otras, magníficas, de aquella época admirable del Renacimiento español, glorias áureas del siglo XVI : Beatriz
Galindo y Oliva Sabuco de Nantes.
Es de Luisa, mas no de Angela, de quien ha quedado relevante memoria. Y así puede permitirse exclamar con asombro, viviente todavía la primera, Alfonso Fernández de Madrid, en su libro «De la antigüedad y nobleza de la ciudad de Palencia»: «Sobre todas parece cosa monstruosa y que se debe contar por cosa de prodigio en este tiempo. Esta es una dueña llamada Luisa Sigea que al presente [1556] vive en Burgos» (1). Y, en versos latinos, el dominico portugués Andrés Resendio, preceptor que fue, en los alcázares lusitanos, de próximos deudos del rey Juan III, en una epístola a María de Portugal —la que sería más tarde primera esposa de nuestro Felipe II (2)—, dibujar estos extremosos ditirambos:
Altera Sygaea est, virgo admirabilis, unam
quam natura potens ideo produxit, ut esset
faemina, quae maribus vitam opprobrare supinam
posset, et ignavos magno adfecisse rubore. (3)
¡Altísimo prestigio humanístico el de esta doncella, que perdurará aún incólume en el siglo siguiente! Compruébase ello bien mediante el fehaciente testimonio de Nicolás Antonio, quien en su «Bibliotheca Hispana» conságrala más de tres columnas, con noticias biobibliográíicas entusiastas (4); casi tanto espacio como el dedicado por él al «Monstruo de la Naturaleza», Lope de Vega, y desde luego muchísimo más que, por ejemplo, al gran precursor del teatro español Lope de Rueda, a quien apenas ofrece unas vagas e inexpresivas líneas de mención.
Hay también en la segunda mitad del siglo XVI, otra prueba evidente de la impresionante gloria de Luisa Sigea. El toledano.Gregorio Hernández de Velasco, en una traducción a nuestro idioma del libro latino «De partu Virginis»(5), del italiano Jacobo Sannazaro (el inmortal poeta de «La Arcadia», que tan decisiva influencia había de ejercer en todas las literaturas románicas), inserta cierto «Catálogo de algunos claros varones de Toledo, en octavas», en que celebra —según Pisa- la «honrada memoria de algunas personas señaladas que florecieron en esta ciudad y algunos otros poetas españoles de su tiempo que fue bien
cercano al presente [1605]» (6). A la Sigea ofrenda Hernández de Velasco esta octava, en italiano de la propia cosecha:
Ecco insu il scoglio inclita Sigea,
dei biondo Apolo e dulce pegno,
cristiana Cintia, casta Citerea,
del alme Aonie dal tempio degno:
questa è ch'il mondo non che Hesperia vea,
questa è incui sola e più ch'humano ingegno
fe il largo ciel' l'estremo di sua possa,
non vide il sol tal spirto in carne e ossa.
[Cfr. nuestra entrada en este blog: "Octava de Gregorio Fernández de Velasco".]