domingo, 7 de febrero de 2016

CARTA DE LUISA SIGEA A JUAN DE AVELLANEDA. (1560).

Esta carta debemos datarla en septiembre de 1560, según indica Nieves Baranda.
Cfr.: “De investigación y bibliografía. Con unas notas documentales sobre Luisa Sigea», [en línea] in http://parnaseo.uv.es/Lemir/Revista/Revista10/Baranda/BARANDA.htm.

Está dirigida a Juan de Avellaneda, del que no sabemos nada, y que junto a otra dirigida al mismo, quizá sean las últimas que escribió Luisa Sigea, pues falleció el 13 de octubre de ese mismo año.

El tono triste con el que reflexiona acerca de la amistad y la situación de alejamiento y olvido en la que se encuentra, tras haber vivido tanto tiempo en la corte y gozado del favor de los reyes portugueses, ha sido señalado por toda la crítica como reflejo del hondo sentimiento de dolor en el que se halló en sus últimos días.

La carta fue reproducida por Serrano y Sanz, Manuel. Biblioteca de Autores Españoles. Apuntes para una Biblioteca de escritoras españolas. Desde el año 1.401 al 1.833. Vol II. Madrid: Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1.905, pp. 415-416.




«Ad Dominum Ioannem ab Avellaneda, virum nobilitate et doctrina nec non morum candore insignem.

Solent nempe amicorum monita mentem transfigere et penetrare, non secus ac vivacissima oculorum acies; praesertim cum iudicio Comici, "nec quisquam sit tam ingenio duro, nec tam firmo pectore,/ quin ubi quidquam ocassionis sit, sibi faciat bene", nullaque commodior nobis possit obiici ad recte vivendum ocassio quam amicorum vita, si ea est quam vereri debeamus ac suspicere, vitamque nostram ad illius normam dirigere ni essemus, nostrapte natura versatiores "quam figularis rota", ex eodem puncto quod dignum censemus laude illico apud nos algeret; "in vita etiam nostra plurimae quotidie transennae fierent ubi decipimur dolis" [N.B., el texto correcto sería: "in aetate hominum plurimae/ fiunt trasennae, ubi decipiuntur dolis"]. Rem tenes.

Scripsisti ad me epistolam vere tuam, quam nec alius poterat scribere, nec ab alio ego sperare illam, probitatis videlicet ac vitae immaculatae fragantiam undique spirantem, si taliter ego viverem ut suavitatis odorem ab illa effusum olfacerem, ac non rerum humanarum faetore divinarum olfactum prorsus amissisem, et cum querulo Ieremia possem conclamare: “ascendit per fenestras nostras mors”; quodque maxime execrandum est, ita me morti addixisem ut fere iam quae sit vita ignorarem, et tenebris ob voluta odium haberem lucem, inersque nacta otium, ingenium enervari sentirem, ac pedetentim, si quem studiorum gustus habebam, in dies magis amitti, infirmorum more qui oblonga aegritudine defessi insipida omnia sibi fingunt ac insuavia ad vescendum quae ad pristinam valetudinem eos revocare possunt; at fit illis prava voluptas morbus, dummodo commoda gustare renuant, contrariisque vescantur.

Nec credas aliam fuisse meae procrastinationis causam in rescribendo; occupationes enim nullas habeo, nec studiorum labores quae solent litterarum inter amicos rescriptionem retardare. Otiosa sum, quamquam non mihi, rebus enim inutilibus distrahor. Vaco etiam si curis humanis distringor et ne horam mihi relinquo. Si non rescribo, pudor et desidiosae vitae meae conscientia procedens in causa est quam tuis encomiis longe alienam esse video, tuisque monitis prorsus indigentem. Perge igitur et scribe ad me istius epistolae in modeum ut verborum tuorum mel me mordeat dum sanat; et quando probi viri partes tan foeliciter agis, verbis ac monitis me in vitae via deficientem subleva; nam "qui monet quasi adiuvat", antiquorum est sententia; allegoricas vero lineas quam promittis depingere, quam primum poteris me desine, quibus animi effigiem delineare denuo valeam, illamque conspicabilem reddere quando inertiae rubigine decoloratam ac obliteratam illam esse doleo; "soletque in putridis membris salutis signum esse dolor", teste Gregorio.

Vale foeliciter.

Loysa Sygea».

A Don Juan de Avellaneda, varón insigne no solo por su nobleza y erudición, sino también por la integridad de sus costumbres.

Suelen, ciertamente, los consejos de los amigos la mente traspasar y penetrar, como la más viva de las miradas; sobre todo porque a juicio del Cómico, "no hay nadie de carácter tan duro ni de tan firme corazón, que si la ocasión se le presenta, deje de darse el gusto[Plauto, Asinaria, Acto V, vv. 944-945], y ninguna ocasión más apropiada puede ofrecersenos para que rectamente nuestra vida afrontemos así como la vida de nuestros amigos, si ésta es de tal manera que verdaderamente debamos respetarla y admirarla y acomodar nuestra vida a aquella norma, a no ser que seamos por nuestra propia naturaleza tan inconstantes "como la rueda de un alfarero[Plauto, Epidicus, Acto III, v. 371], y llegados a este punto, lo que juzgamos digno de alabanza enseguida siente frío entre nosotros, pues “en nuestra vida, cada día en muchas trampas tropezamos y caemos en ellas insidiosamente[Plauto, Rudens, Acto IV, vv. 1235-1236]. Tú sabes lo que te digo.

Me has escrito una carta verdaderamente digna de ti, la cual ningún otro podía escribirme, y de quien ningún otro yo podría esperarla, pues exhalaba tal fragancia de honradez y de vida inmaculada, que si de tal manera yo viviera que oliera el perfume de suavidad derramado por aquélla, y junto a la fetidez de los asuntos mundanos el olor de las cosas divinas no dejara escapar totalmente, con el quejumbroso Jeremías podría aclamar: “asciende por nuestras ventanas la muerte[Jeremías, 9, 21]. Y lo que más execrable aún es, es que a la muerte me he aplicado de tal manera que ya casi ignoro qué es la vida, y en tinieblas envuelta, odio tengo a la luz, y sin hacer nada, atenazada por la desidia, siento debilitarse mi espíritu, y, paso a paso, si por los estudios algún gusto tenía, cada día se aleja más, a la manera de los enfermos, quienes, agotados por una larga enfermedad, imaginan insípidos y desagradables los alimentos que pueden devolverles su antigua salud, y se apodera de ellos un depravado placer por la enfermedad, hasta tal punto que rehúsan probar siquiera lo saludable y se alimentan de lo contrario.

No creas que otra ha sido otra la causa de mi tardanza en escribir, pues ninguna ocupación tengo ni ningún trabajo referente a los estudios que pueda entre amigos la respuesta de una carta retardar. Estoy ociosa, aunque no por mi gusto, sino que en cosas inútiles me distraigo. No tengo nada que hacer, aunque por preocupaciones humanas estoy retenida y ni de una hora para mí, dispongo. Si no te contesto, el pudor es la causa, el cual es de la conciencia de mi vida vacía nacido. Una vida que considero impropia de tus encomios, aunque necesitada de tus consejos. Sigue, pues, y escríbeme en el mismo tono de esta carta, para que la miel de tus palabras me muerda, mientras me sana; y cuando las partes de un hombre de bien felizmente trates, con tus palabras y consejos levantame, a mí que me fallan las fuerzas en el camino de la vida, pues “quien aconseja es como si ayudara” (Plauto, Curculio, Acto III, 460), según las sentencias de los antiguos.

Y en cuanto a las alegóricas líneas que me prometiste trazar lo más pronto que te fuera posible, hazlo, pues con ellas ánimos tendré para dibujar de nuevo lo que quiero, el retrato de mi alma, ya que me duelo de que ella está descolorida y borrada bajo el moho de la inactividad, y “en los miembros enfermos, una señal de salud suele ser el dolor[San Gregorio el Grande, Moralia in Iob, VI, 25], según Gregorio.

Adiós y que seas feliz.”

(Traducción de Raúl Amores).





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